Formación e Industria. Mucho más que pastillas

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Javier Giménez. Director Científico de Komunica TV.

Formación e Industria. Mucho más que pastillas

28/11/2005
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La oferta de formación de la industria farmacéutica sirve para vender productos y fidelizar clientes mediante la visita médica, con verdadero valor para la salud de la población.

El hilo conductor de esta insustituible revista que se mantiene como nexo de unión entre cinco mil profesionales del medicamento, merece en este número tener a la formación como protagonista.

¡Rayos y truenos!, ¿Qué podemos contar de nuevo?. En nuestra empresa Komunica TV y en otras de servicios similares, podemos hacer filigranas con la información y/o formación, pero:

¿Hay demanda y oferta de formación?; ¿Sirve la formación que da la industria farmacéutica para vender adecuadamente sus productos?; ¿Sirve para fidelizar clientes?; ¿Es sólo la justificación de unas visitas médicas?; ¿Tiene verdadero valor para la salud de la población?. Como no somos nadie para contestar, hemos puesto las preguntas en afirmativo y queda así:

“La oferta de formación de la I.F. sirve para vender productos y fidelizar clientes mediante la visita médica, con verdadero valor para la salud de la población”.

En ningún sector formar a los clientes es un capricho bondadoso de unos mecenas, ni el único argumento de ventas de un departamento comercial, ni una obligación ética. En profesiones distintas a las sanitarias formarse continuamente cuesta una gónada, mientras que en este sector, la IF (Industria farmacéutica) asume históricamente una parte importante dentro de su objetivo de investigar y de comercializar medicamentos.

El cliente intermedio (profesional de la salud) tiene que saber casi tanto como el investigador para poder utilizar los productos que prescribe o dispensa y ¡ojo¡, sabérselos con toda la letra pequeña incluida. Conocer las indicaciones y la posología nunca ha servido para nada si no se conoce el mecanismo de acción, las interacciones, los efectos no deseados, su eficacia y toxicidad ante muchas variables, etc. .

En esas 20 letras (máximo) de la receta hay muchas más cosas y sin lugar a duda la de mayor importancia por tiempo, presupuesto y sacrificio es la formación continuada del prescriptor.

¿Qué hay empresas que venden medicamentos y que no valoran esta faceta formativa en su justa medida?. Seguro que las hay y que sobreviven, pero ni están arriba en los rankings de IMS (comprobarlo es sencillo), ni seguramente aguantan en el inconsciente de sus ¿clientes? más tiempo que el de la propia presión comercial.

Hasta los laboratorios no investigadores como podrían ser las empresas de genéricos, saben que para hacer marca (esencial para ellas) y para dar a sus productos seriedad, dignidad y crear hábito en sus clientes, necesitan cubrir demandas formativas.

La formación da seguridad al profesional de la salud y la seguridad del profesional merece prescripciones de su mano.

Como un ejemplo vale más que mil palabras, nos permitimos narrar unos hechos que ocurrieron a unos recién licenciados en Medicina y Cirugía, y que se rememoraron ante abundantes costillas de cordero y buenos caldos aragoneses hace pocas semanas.

“Corrían los complejos tiempos de la transición democrática y de la masificación absoluta de las universidades que eran entonces, más foco de revolución y apertura política, que de saber y de aprender una profesión de alto riesgo como es la Medicina.” El objetivo principal entonces y ahora seguramente, era obtener la licenciatura aprobando exámenes parciales o finales. Para lograr este objetivo, el estudio de apuntes de todos los colores y de dudosos orígenes, eran el medio más adecuado por no decir el único, ya que la bibliografía no estaba al nivel por exceso o por defecto del temario exigido.

En 1976 nos matriculamos en primero de medicina y en una Facultad de tamaño medio-alto como la de Zaragoza, 1.200 alumnos y de ellos llegamos al objetivo final algo menos de la mitad.

La formación teórica podía ser muy correcta, pero no estaba actualizada al último hito científico y ese último hito era en la mayor parte de los casos una visión absolutamente distinta de la enfermedad y de sus bases de prevención y tratamiento.

Para la parte práctica cada uno se la buscaba la vida como podía en hospitales, en consultas o corriendo más riesgos que en el puenting, entrando a ayudar en un servicio de urgencias.

Nada de esto era obligatorio. ¿Podíamos entonces ejercer como médicos con nuestras manitas y un fonendoscopio?. Legalmente sí.

Una vez licenciados venía el más difícil todavía, para continuar formándonos teníamos una nueva salida que se llamaba MIR. El 1983 nos presentamos 35.000 aspirantes para 3.000 plazas. Ninguno de los tres amigos en nombre de los que hablo, consiguieron superar el examen a la primera...ni a la segunda, etc.

Entonces sí que empezó el miedo escénico y todos los que queríamos ser médicos de verdad, o nos adherimos como lapas a otros médicos ya experimentados o nos encerramos en bibliotecas.

En esas consultas aparece un delegado de la IF y a partir de él un nuevo mundo de posibilidades de formación y de búsqueda de trabajo para miles de licenciados en medicina y cirugía.

Para mis amigos y para mí, el mejor profesor que tuvimos para hacer una correcta anamnesis fueron unos fascículos coordinados por eminentes internistas y que nos entregó la I.F.

Igual nos ocurrió con el diagnostico y el diagnóstico diferencial. También nos ocurrió con el conocimiento profundo de las enfermedades infecciosas, la fisiopatología de la hipertensión arterial, la teoría inflamatoria de asma, los neurotransmisores de la depresión, los factores de riesgo cardiovascular, y un casi infinito etcétera….

Pero también nos entregaron grandes herramientas de formación para la exploración que ahora pueden parecer ridículas. Recordamos unas casetes y un folleto para la auscultación cardiopulmonar porque nos dio grandes satisfacciones al posar sobre el pecho de cualquier paciente nuestro fonendoscopio (también entregado por la I.F. a dos de los tres contertulios).

Por si fuera poco, asistíamos gratuitamente a cursos impartidos por expertos especialistas locales y luego nos daban de cenar.

¿Era información sesgada?. ¿Nos ganaban por el estómago?

Pensando mal, tal vez lo intentara alguien en un principio, pero una vez adquirida la información lo más fácil de todo es contrastarla y a la mañana siguiente de la cena ya vuelves a tener hambre. Eso sí, la I.F. nos había dado la oportunidad de aprender, cenar bien y encontrar trabajo (sustituciones e interinidades) gracias a las relaciones entre médicos que esas reuniones y los congresos fomentaban.

¿Qué si le devolvíamos el favor al delegado o a la empresa en forma de recetas? ¡Claro que sí!, cómo agradecer sino las soluciones que nos habían dado. Recetas innecesarias, indicaciones poco claras, resultado todo de presiones comerciales excesivas, pueden existir en nuestro medio aunque son anécdotas, pero mientras tanto médicos asistenciales y millones de pacientes se beneficiaron de la formación dada por la I.F. desde hace décadas.

P.D.: De los tres médicos de aquella cena, uno es psiquiatra, otro médico de empresa y yo soy el rarito que abandonó la medicina clínica en 1991. Todos le debemos mucho a la Industria Farmacéutica

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